lunes, 18 de mayo de 2015

El 'Tarzán' de Leticia

Foto: Miguel Andre Garrido.
Se presentó ante nosotros en una canoa. Con ceño fruncido y una mejilla inflamada preguntó quién estaba listo para escalar, “les toca por su cuenta, yo no le voy ayudar a ninguno”, agregó sin poder contener la risa ante la cara de un grupo de periodistas de la capital que jamás se había atrevido a subir hasta la cima de un árbol de 35 metros de alto.

Muchas cosas llaman la atención sobre el guía: para las mujeres era la espalda ancha como un roble, los brazos igualmente gruesos y un carisma que combina a la perfección la seriedad propia de una persona encargada de mantenernos a salvo con las bromas y comentarios que haría alguien que quiere reducir la tensión y relajar a quienes lo rodean. Para los hombres, era la dentadura completamente verde, que acompañaba el cachete del tamaño de una pelota de ping pong, y los tatuajes en las piernas donde resaltan los rostros de dos indígenas.

La tez morena, el cabello y bigote azabache y los ojos ligeramente rasgados podrían delatarlo, si no fuera por su estatura, considerablemente mayor a la de los indígenas que habitan la amazonía colombiana. Sin embargo sí tiene raíces “ancestrales”, como bromean sus amigos. Su abuelo era un marinero proveniente de pasto, su abuela, una indígena Ticuna del Brasil. Fruto de su unión nacería una muchacha mestiza que años más tarde se casaría con un paisa. Quizá esa mezcla cultural es la que lo conecta con la naturaleza y le otorga ese implacable espíritu aventurero.

A sus 33 años de edad, Gary Botero Pantoja puede decir que ha hecho de todo. El leticiano, que entre otras cosas se desempeña desde hace seis años como instructor de Canopy de la reserva Marashá -un paraíso natural perdido entre las selvas colombiana y peruana-, se dió cuenta de su pasión cuando apenas estaba en octavo grado. Vivía en Bogotá a petición de su abuela paterna, que daba todo por conocerlo, y de allí se trasladaba todos los fines de semana a Suesca donde sus amigos, que lo llamaban “Amazonas”, le enseñaron a escalar. No tardaría mucho en darse cuenta de su talento innato para el deporte.

Cosas de la vida lo harían regresar a su tierra natal, donde cambió las rocas por árboles. Su actividad pronto comenzó a evolucionar hasta convertirse en trabajo, cuando a Leticia comenzaron a llegar biólogos interesados en estudiar el ecosistema del dosel de la selva. El trato era simple, él los llevaba lo más alto posible de forma segura y a cambio ellos le enseñarían todo lo que hay que saber sobre la fauna y flora de la amazonía colombiana. Con ese espaldarazo inicial fue que a sus 20 comenzó el curso de técnico en guianza que el Sena todavía dicta en esa esquina del país.

Los leticianos dicen que las aguas del Amazonas llaman, a pescar, a nadar, a navegar. No es de extrañar que pronto Gary agregara las competencias en kayak por el río a su lista de aventuras. Fue precisamente durante una de estas que conoció a Boran Mihalovik, el ‘serbio amazónico’, como lo llaman en el sector, quien impresionado por el desempeño del leticiano decidió invitarlo a trabajar durante un tiempo. “Todo se fue conectando”, dice Gary al respecto, pues el proyecto en el que se involucró fue el de la construcción de la plataforma de Canopy de la reserva Tanimboca, una que después de 13 años sigue en pie a pesar de los fuertes vientos y las incesantes lluvias del invierno.

Construir una plataforma como esa no es fácil, bien lo sabe Botero que ya ha construido otras dos sobre árboles de más de 30 metros de altura. Lo primero es evaluar la salud de la planta, que no tenga descomposición en las raíces ni termiteros en las ramas para que pueda soportar el peso de la gente que va a subir sin romperse. Luego hay que arriesgar la vida escalando por las lianas para poder instalar las poleas por donde va a subir todo el equipo de montaña y tomar las medidas para hacer la estructura, que se construye en tierra para luego elevarla y acomodarla.

Por más increíble que parezca, esa última parte se hace sin ninguna puntilla, para no dañar el árbol, en cambio se utilizan tacos de madera, que a fuerza de inercia y gravedad dejan todo asegurado. El mismo proceso se realiza en el árbol de en frente, a 250 metros de distancia en la última  plataforma construida por el leticiano, para finalmente pasar un cable metálico capaz de soportar 4 toneladas de peso para conectarlas ambas.
Foto: Miguel Andre Garrido.

Si bien todo esto suena impresionante, el aprendizaje de Gary no finalizó ahí. Con los años y la ayuda de otros compañeros guías fue comenzando a visitar las malokas de la Amazonía colombiana, donde comenzó a aprender de tribus como la de los Huitoto, quienes a pesar de la piel oscura lo llaman “blanco” por no tener sangre completamente indígena, si le enseñaron claves para vivir en la selva y algunas de sus tradiciones más importantes, como la del mambe. Algo en lo que prefiere aclarar, con toda la seriedad del caso, que: “uva no es vino, caña de azúcar no es aguardiente y coca no es cocaína”.

El mambe, como explica, es un polvo verde, producto de triturar y cernir las hojas de coca mezcladas con cenizas de hoja de yarumo, para masticar, algo que hace que la mejilla parezca inflamada, como esa misma tarde, mucho antes de que tuviéramos tiempo de sentarnos a hablar. Se trata de una medicina indígena usada para relajar el cuerpo en momentos de tensión, por lo que no es extraño encontrarse con guías que lo utilicen mientras trabajan. Sin embargo también tiene un significado espiritual, en tanto que se puede decir que un joven que hace un mambe aprobado por su abuelo se ha convertido en hombre.

Gracias a esto, y a su trabajo con la Defensa Civil de Leticia es que también es capaz de adentrarse por días en las selvas colombianas con grupos pequeños de personas a su cargo, para vivir la verdadera experiencia de conectarse con la naturaleza y, si se cuenta con suerte, avistar leopardos y hasta anacondas de forma segura. Si bien su nombre significa “Guerrero de Dios” en hebreo, una idea de su padre, Gary parece más un tarzán moderno viviendo en medio de la amazonía, uno que ahora tiene como ambición navegar todo el río amazonas a fuerza de remo, una travesía que puede tomar cerca de 20 días si consigue los permisos necesarios para hacerlo. Una aventura que de realizarse se robará más de un encabezado, habrá que ver.

miércoles, 13 de mayo de 2015

Amazonas y la belleza de lo simple

Casas en los árboles, animales salvajes, tradiciones milenarias y noches estrelladas caracterizan a esta región colombiana.

Vista desde la plataforma de canopy de la ceiba amazónica, a 35 metros sobre la reserva Marashá, Perú.
Empacar un par de botas es sólo lo primero en una larga lista de cosas que olvidé durante el viaje a la Amazonía colombiana. La vida de ciudad, con sus edificios, los trancones y el estrés también se quedaron por fuera de la maleta junto a las demás preocupaciones. A cambio de ello, la selva enseña a vencer miedos innecesarios, la práctica de nuevos deportes y el significado de la palabra “relajarse”, pero, sobre todas las cosas, a apreciar profundamente la basta riqueza natural que sólo puede ser hallada en ese lugar del país que muy poco volteamos a mirar.

Pero antes de eso hay que llegar a Leticia. Si bien la región amazónica comprende el 41 % del territorio colombiano, la única manera de entrar a la capital del departamento es por aire desde Bogotá, servicio que sólo ofrecen tres aerolíneas, entre ellas LAN con una frecuencia diaria. Lo vale. Desde las alturas, la selva es un techo verde perfecto, formado por el dosel de miles de árboles y al lado está el río Amazonas, infinito, una panorámica que poco o nada tiene que envidiarle a esas que se ven en los destinos más populares del mundo y que funciona como un perfecto abrebocas de lo que está por venir. En tierra el calor es fuerte, cosa que los leticianos contrarrestan con jugos de carambolo y copoazú, dulzones, característicos de la región y perfectos para esperar la orquesta de loros que llega todas las tardes al parque Santander, el corazón de la ciudad.

Resuelto eso, solo queda esperar al guía. Gabriel Teteye, de la comunidad Bora, es uno de esos hombres que solo la Amazonía puede dar, de baja estatura, curtidos por la selva, sabios y dispuestos a enseñar lo básico para disfrutar de la jornada: “no juzgue, todo lo que nos pase allá es natural. Si va dispuesto a sentir el ambiente y a comprometerse con no hacerle daño no le va a pasar nada y los animales se le van a acercar en tono amistoso”, dice mientras llegamos a la Isla de los micos, a 30 minutos en lancha de la capital amazónica. Allí sus palabras se comprueban. A diario los monos saltan por decenas de la cabeza de un viajero nervioso al hombro del otro, que ya se acostumbró al jugueteo y la curiosidad de los pequeños animales, que se dejan fotografiar a cambio de un trozo de banano.

Media hora más por el río y está Perú, y allí, en medio de un lago, la Reserva Natural Marashá, donde el aislamiento es ley: no hay señal de celular y la corriente eléctrica solo funciona de 6 de la tarde a 9 de la noche, obligando a que el ojo se olvide de lo que ve a diario para concentrarse en el paraíso que tiene alrededor. Y aunque la paz es el pilar principal del eco hotel, la aventura no se deja de lado. A menos de un un kilómetro en Kayak se puede escalar una ceiba de 500 años para lanzarse en canopy a 35 metros de altura sobre las aguas, hogar de los pirarucú –el segundo pez de agua dulce más grande del mundo– y algunos caimanes, hasta un capinurí de 21 metros, para finalizar haciendo rapel. Una correría que continúa en la noche, cuando es posible salir a remar en canoa para disfrutar la luz de las estrellas y el espectáculo de las luciérnagas mientras se avistan aves, monos, reptiles y anfibios nocturnos.

La siguiente jornada, marcada por la interacción con guacamayas, la pesca de pirañas en la reserva Flor de loto y un trayecto de 40 minutos a fuerza de remo por el Amazonas, solo se vio opacada por las reservas Omagua y Tanimboca. En ambas, la experiencia de compartir con la naturaleza pasa a otro nivel gracias a la estadía en casas a cinco metros sobre los árboles en la primera y a doce en la segunda, a lo que se le suman puentes colgantes a más de 30 metros de altura, serpentarios con todas las especies de la región y caminatas nocturnas en medio de troncos, barro, plantas y animales, pensada para regresar a la cabaña y arrullarse con los sonidos de la selva.

El viaje termina con una rápida visita a Tabatinga, donde entre otras cosas están la ‘Casa do Chocolate’, el parque zoobotánico del ejército brasilero –que se dedica a rescatar, rehabilitar y liberar animales salvajes– así como el puerto de La Fera y Comara, que en medio de mercados, bares, canoas de madera y redes de pesca ofrecen dos de las mejores vistas que se puede tener de la imponencia del río. Así la Amazonía logra lo que pocos lugares: dejar una marca indeleble sin la ayuda de grandes resorts, restaurantes exclusivos o playas cristalinas; naturaleza y tradición son más que suficientes.

Sobre Relato de un náufrago

El marinero Velasco, foto de archivo de El Espectador.

1. Resumen

1.1 Personaje principal 
El protagonista es Luis Alejandro Velasco, de 20 años al momento de la historia, macizo y sorprendentemente bueno para narrar historias.

1.2. Causas reales del naufragio
Desde mi punto de vista son 3 las causas por las que el incidente sucede. En primer lugar hay que tener en cuenta que el oleaje en el caribe, inusual pero no tormentoso, según lo describe el propio Velasco no favoreció la navegación de esa mañana. Por otra parte está el sobrepeso causado por las neveras, radios, televisores y demás mercancía que llevaban los marineros desde Mobile, Estados Unidos, hasta Cartagena, en Colombia, dicha carga hizo aún más difícil el manejo del destructor. 
Además hay que tener en cuenta la irresponsabilidad de Velasco y sus compañeros, quienes acabado el último turno debían volver a los camarotes. El mismo protagonista lo reconoce, ninguno de ellos debía estar en la bahía de carga y de haber estado en el lugar que les correspondía, la historia jamás se habría dado.

1.3. ¿Por qué se oculta la tragedia?
Tal como en el punto anterior, existen varias razones por las que se evita contar lo que le sucedió a los ocho marineros del A.R.C. Caldas. Primero que todo, de avisar sobre el naufragio de Velasco y sus compañeros, tendrían que explicar por qué se dio el mismo en una nave que, paradójicamente, recién sale de reparaciones, es decir, un barco que no tiene motivos para tener accidentes.
Durante dicha explicación, de darse, se revelaría que se trata de una embarcación militar que trae mercancía extranjera para ingresar al país sin pagar impuestos, es decir, contrabando. ¿Qué se pensaría de una de las más importantes organizaciones estatales que rompe las reglas colombianas?, un escándalo inconveniente, sobre todo teniendo en cuenta que estaba prohibido transportar cualquier tipo de carga en un destructor.
Por otra parte, dejaría en duda la pericia del capitán para controlar la nave y de paso a su tripulación. La primera por no ser capaz de enfrentar un oleaje fuerte sin pérdidas y la segunda por permitir que sus soldados, que son los que están contrabandeando mercancía, rompan la ley.
Finalmente, el sobrepeso causado por el cargamento dificultó la maniobrabilidad del destructor, razón por la que no pudieron volver por los ocho caídos. Si hubieran lanzado al mar la carga y reducido el sobrepeso hubieran podido regresar, pero no lo hicieron. Acto que pone en tela de juicio las políticas de seguridad de la Naval colombiana.

2. ¿Desde que punto de vista es narrada?
El relato es narrado en primera persona por Luis Alfredo Velasco, protagonista de la historia, quien la cuenta de una forma lineal de principio a fin, sin ningún salto de tiempo importante a recuerdos o aspiraciones a futuro, lo que hace que el lector lleve el hilo de la historia con más facilidad.

3. ¿Por qué el autor toma esta perspectiva?
Se podría pensar que la intencionalidad de García Márquez al escribir Relato de un Náufrago desde la perspectiva de Luis Alejandro Velasco es lograr que el lector se adentre y se dé cuenta de lo real de una historia que, por la situación, fácilmente podría ser confundida con una novela o un cuento. El hecho de que sea el protagonista quien se la cuente al lector hace que sea más fácil apersonarse de la situación, sufrir y sentir con él.
La cuestión es que eso es sólo lo que se podría pensar si no se conoce la historia detrás de la historia. El hecho de que se use la figura de la primera persona tiene dos explicaciones, el primero, explicado en la introducción, es que fue necesario para que el lector creyera la historia, como ya se había dicho, pero ademas era lo justo, dadas las habilidades narrativas de Velasco. El segundo, que me parece más veraz, es que sólo fue “una determinación casual, pero certera para el reportaje” como el mismo García Márquez cuenta en sus memorias, ‘Vivir para contarla’. En ello ahonda Oscar Alarcón, amigo de Gabo, periodista y colaborador del diario El Espectador, donde el Nobel publicó la historia completa años antes de convertirla en libro.
En el artículo ‘Sesenta años de la tragedia del marinero Velasco’, Alarcón explica que cuando Velasco se recuperó de su travesía se dirigió a las oficinas de El Espectador para contar su historia. El director, don Guillermo Cano, le ordenaría a Gabo que se encargara de la historia luego de que este se negara a hacerlo por no ver ningún valor periodístico en un cuento que después de un mes y el manoseo del régimen dictatorial de Rojas Pinilla ya estaba refrito. Como al final se vio obligado a escribirlo, decidió no firmarlo, lo que lo obligaba a narrarlo en primera persona.

4. Episodio más dramático
Opino que el episodio más dramático en toda la historia es el de ‘¡Sólo tres metros!’, en el capítulo 3. Allí, recién caído del barco, Velasco ya está montado en la balsa que le salva la vida y debe decidir a cuál compañero va a ayudar primero. Desesperado y sin saber qué, los ve desaparecer uno a uno en el agua, quedando a solas con Luis Rengifo, que siempre decía que “el día que me maree yo, se marea el mar”, una imagen impresionantemente triste la del náufrago remando hacia su compañero mientras este lo llama: “gordo… gordo…”, hasta que ahoga, dejando a Luis Alejandro completamente solo. Me parece que es el verdadero inicio de la travesía.

5. ¿La obra tiene un sentido crítico frente a los medios de comunicación?
Las primeras luces de una posible crítica a los medios de comunicación se deja entrever cuando Velasco por fin recibe ayuda después de haber llegado a tierra y se decepciona al ver que nadie está enterado del accidente, para luego saber que sólo se había hecho una simple mención de lo sucedido en la radio. Acá hay que tener en cuenta que la Naval había ocultado todo el incidente, sin embargo luego de diez días desde que el Caldas tocó puerto en Cartagena, el naufragio hubiera podido desencadenar una investigación periodística a fondo, que nunca se dio.
Otro episodio reprochable es el del reportero de El Tiempo disfrazado de médico, que engañó al hospital y al propio Velasco para conseguir material publicable, que luego fue adaptado de forma deshonesta para contar una historia como no es. Sin embargo es una crítica personal, pues ni Gabo ni Velasco se muestran molestos al respecto, de hecho este último confiesa que toda la situación le hizo sentir admiración por el periodista.
Tiene más sentido crítico con la dictadura del General Rojas Pinilla, cosa que, como explica Gabo en la introducción, le costó la carrera militar a Velasco y casi que la vida al entonces reportero de El Espectador, que se vio obligado a exiliarse luego del cierre del periódico.

6. Opinión personal 
Es sin duda una historia de la que se puede aprender demasiado. Hay que tener en cuenta que es una crónica y que como tal se apoya en herramientas periodísticas y literarias para contar una historia real, lo que hace de Relato de un Náufrago una lectura amena, entretenida, atrapante y extremadamente interesante.
La historia sobre cómo se hizo realmente también me parece maravillosa e incrementa mi interés y gusto, ya bastante amplios, por leer a García Márquez.

Cómo convertirse en el Armani de la ropa blindada

Un vídeo publicado por Esteban Dávila (@estebandn1) el

La idea nació en 1992, luego de ver lo fastidiada que estaba una de mis compañeras de universidad -hija de un senador- de tener que bajarse de la camioneta blindada para caminar con un chaleco antibalas hasta la portería, por las mismas razones de seguridad por las que nunca he dicho su nombre y nunca lo diré. Yo estaba terminando mi carrera de Administración de Empresas en Los Andes y andaba buscando un tema para mi tesis de grado, quería que fuera la creación mi propia empresa.

Ya estaba cansado de ser vendedor en Arturo Calle, donde también trabajaba mi papá. Llevaba desde los 13 años en ese negocio y ya era hora de ser independiente. Si algo había aprendido luego de 5 años de universidad era que los negocios exitosos son aquellos que solucionan una necesidad, así que le pregunté a ella, a mi compañera, la razón por la que le fastidiaba tanto usar algo pensado para salvarle la vida, ¡algo más que necesario!; su respuesta fue sencilla pero contundente: los chalecos del momento eran incomodos, pesados y nada discretos. Un sentimiento que compartían escoltas, policías y militares en una de las épocas más violentas de Colombia.

Así comenzó Miguel Caballero, una empresa que lleva mi nombre. La idea fue muy simple, todo lo que había que hacer era dejar de lado los chalecos y crear prendas blindadas, chaquetas principalmente. Pero no fue fácil empezar el negocio, necesitaba dinero para empezar y ni mi papá ni mis asesores de tesis creían que el negocio fuera a dar frutos, de hecho con la tesis saqué 3.5 sobre 5. Al final el primer capital lo recibí de mi mamá, Mercedes Guevara. Con esos 10.000 pesos que me prestó, y la ayuda de John Murphy, un compañero de universidad que blindaba carros y me mostró los materiales con los que lo hacía, armé la primera chaqueta de cuero blindada del mundo, que pesó 7.2 kilos… ¡y pensar que hoy una prenda equivalente pesa 700 gramos!

Aunque funcionó, seguía habiendo mucha desconfianza, la gente pensaba que por ser un producto hecho en Colombia era malo, tenía que ser de Estados Unidos o no les servía. De ahí nació la idea de dispararle a la gente para demostrar la efectividad de las chaquetas, curiosamente el primero en recibir un impacto fue el pobre John, a quien solo le quedó un hematoma de 15 centímetros de diámetro en la barriga , cuando lo normal era quedar con un hematoma, en el peor de los casos, con una costilla rota. Estábamos en una demostración con un periodista de QAP y muy osado le dije que hiciéramos la prueba, aunque nunca había cogido un arma en mi vida. Cinco minutos después de que pasaron la nota por televisión me llamó la mamá a regañarme por hacerle eso al hijo.

Después de eso le disparé a mi hermano menor y el rumor de la fábrica colombiana de ropa blindada que le disparaba a la gente para demostrar sus productos se esparció como pólvora. Nunca me imaginé que el tiro me iba a salir por la culata hasta que viajé a Venezuela. Había ido para promocionar las chaquetas en ‘En vivo con Orlando’, un programa de noticias de la cadena Globovisión donde el presentador, un veneco moreno y grandulón, sacó discretamente a mi escolta del estudio para proponer pegarme un tiro en pleno programa frente a toda la audiencia con una pistola de nueve milímetros. Afortunadamente llevaba una de mis chaquetas puestas; sólo sentí un golpe, que luego se convirtió en moretón, algo que hoy en día no pasa. Desde entonces le he disparado a cerca de 700 personas, incluido Steven Seagal, para quien hicimos un kimono blindado.

La cuestión es que literalmente cualquier cosa se puede blindar y eso puede generar un negocio exitoso si se tienen en cuenta cuatro factores que son los pilares de la empresa: discreción, comodidad, seguridad y moda. Es por eso que presidentes, organizaciones militares, departamentos de policía, artistas famosos y hasta pastores nos han pedido blindar todo tipo de cosas  como pastas de biblias, maletines y portafolios, calzoncillos, batas, vestidos, trajes, chaquetas, camisas, guayaberas, helicópteros, lanchas, vidrios e incluso una corbata para el autor del libro ‘Detrás de las líneas’, Andrew Carroll, aunque el mejor ejemplo es Michael Bloomberg, que me llamó cuando era alcalde de Nueva York para pedirme una prenda a la medida.

A pesar de todo este reconocimiento y de que desde 2001 Miguel Caballero es la única compañía colombiana entre cien a nivel mundial con certificación de calidad internacional NIJ del departamento de justicia de los Estados Unidos, al día de hoy siguen habiendo tres retos. El primero lo presenta la industria armamentista, que sigue avanzando a un ritmo vertiginoso y aunque hoy hay más y mejores balas que tenemos que descubrir cómo detener, también hay que preocuparse por crear soluciones contra cuchillos y armas eléctricas, que ya tenemos. Lo curioso es que la mayoría de esa mercancía la compran en mayor cantidad los países que están en paz, no los que están en guerra.

Por otra parte está la falta de reconocimiento del gobierno. Hoy generamos industria de calidad e innovación en Colombia y es muy lamentable que a la hora de las licitaciones, tras invertir dinero en recursos e impuestos para crearla, nos pongan al mismo nivel de cualquier compañía extranjera que no paga impuestos y no genera empleo, algo que le pasa a empresas de muchos sectores en el país. La idea no es recibir beneficios, pero si tener más valor ante las autoridades por crear tecnología y empleo acá, algo que he discutido con Álvaro Uribe, un cliente a quien admiro profundamente y que es el culpable de que vendamos menos en el país, gracias a sus políticas de seguridad, claro.

Finalmente está la cuestión de la incredulidad. Los mismos colombianos no creen que en el país hacemos todo lo que hacemos, incluidas las botas contra minas antipersona y los trajes de desminado que usa el ejército nacional hoy en día. Pero eso es algo que se puede cambiar con demostraciones y tiempo, mucho tiempo.

Jesús resucitó, y es rockero

Foo Fighters toca 'In the clear' durante su concierto en Bogotá el 31 de enero de 2015.

Fue hace apenas un minuto. Yo, con 14 años en el momento, estaba acompañando a mi mamá a una cita médica y como era de esperarse moría de aburrimiento. Después de todo y como es costumbre en los centros asistenciales, la única entretención posible era el televisor en la sala de espera, que transmitía un canal de videos musicales. Hasta entonces nunca me habían interesado y eso que me considero un loco amante de la música. Sin embargo miré de reojo la pantalla y me encontré con algo que captó mi atención por completo.

El escenario era muy sencillo: piso blanco y un muro rojo. Al frente, un tipo barbudo con pelo largo y tatuajes en los brazos tocaba su guitarra, desafiante. Acá hay que tener en cuenta que crecí en una familia católica, y aunque no soy muy religioso que digamos, la figura de Jesús había tenido un papel importante en mi formación. Por eso al que veía en la pantalla era a ese, a Jesús, pero rockeando y enfrentándose en compañía de su banda, otros tres peludos, a un equipo S.W.A.T. de más de veinte.

A estas alturas los rockeros más despiertos, o al menos los más actualizados, sabrán que me refiero al video de The Pretender, de los Foo Fighters, y que al que veía no era a alguna especie de Cristo resucitado, sino a Dave Grohl, el líder. Pero eso yo no lo sabía en ese entonces. Todo lo que veía era a cuatro tipos ganándole a un ejército a punta de música, ¡y qué música! Al final quedé tan emocionado con la cosa que terminé anotando el nombre de la banda en un papelito, del que, por cierto, me reí, pero tenía que escuchar todo lo que tuvieran.

Sin saberlo me había hecho fan de una de las bandas de hard rock más importantes de la actualidad. También sin saberlo, comencé a seguir a un cantante que hace todo lo que está en su poder para que las nuevas generaciones le tomen cariño al rock, incluidos documentales, apoyo a nuevas agrupaciones y hasta reencauche de las viejas. Así llegaron cientos de bandas: pequeñas, grandes, legendarias, nuevas, viejas, activas y hasta separadas, pero todo gracias a los Foo.

Siete años tuvieron que pasar desde ese primer momento para por fin poder verlos en vivo, ¡y de qué manera!, en mi propio país y acompañado de más de 40.000 almas, que corearon junto a mí y junto a la banda, 20 años de éxitos comprimidos en tres horas de concierto. Son muchas las cosas que me quedan de ese 31 de enero, como la fila que empecé a hacer a las ocho de la mañana, para estar adelante, sabiendo que el concierto iniciaba a las ocho de la noche.

Pero sin lugar a duda son tres los momentos cumbre. El primero, la falla de sonido que hizo que todo el público cantara ‘My Hero’, una de las más emotivas, a capella para que luego Grohl nos regalara estas palabras: “ustedes tienen una voz maravillosa. Ahora dejen que yo les cante, porque acaban de crear un momento hermoso, porque esta noche es la última del tour y porque hemos hecho muchos shows en muchos países diferentes, y nunca hemos tenido un problema como este. Pero estoy feliz de que haya pasado acá porque ustedes cantan excelente”, dejando a todos los asistentes al borde del llanto, yo incluido.

El segundo, el reto. “Cuando canto esta canción, siempre le digo a la audiencia que si pueden responderme cuando canto el coro, si lo hace en un volumen lo suficientemente alto, entonces volveremos a Bogotá”, dijo Grohl mientras comenzaba a tocar una versión acústica de ‘Wheels’, y la audiencia, emocionada cumplió. “Creo que tendremos que volver”, fueron las palabras que siguieron al final de la canción.

Pero es el tercer momento el que más me llegó, seguramente fui el único al que le llegó. Grata fue la sorpresa que me llevé cuando empezaron a tocar ‘In the clear’ y lo primero que se ve es el rostro del cantante enmarcado en medio de una ventana, rodeado por un patrón similar al de esos vitrales que sólo se ven en las iglesias. Yo ya no tenía 21 años sino 14 y nuevamente veía a Jesús, pero entonces lo entendí, este no vino a redimir a la humanidad, sino a un género que poco a poco ha sido relegado y menospreciado por la industria. Dave Grohl es, sin lugar a duda, el hombre que salvó al Rock and Roll.