La idea nació en 1992, luego
de ver lo fastidiada que estaba una de mis compañeras de universidad -hija de
un senador- de tener que bajarse de la camioneta blindada para caminar con un
chaleco antibalas hasta la portería, por las mismas razones de seguridad por
las que nunca he dicho su nombre y nunca lo diré. Yo estaba terminando mi
carrera de Administración de Empresas en Los Andes y andaba buscando un tema
para mi tesis de grado, quería que fuera la creación mi propia empresa.
Ya estaba cansado de ser
vendedor en Arturo Calle, donde también trabajaba mi papá. Llevaba desde los 13
años en ese negocio y ya era hora de ser independiente. Si algo había aprendido
luego de 5 años de universidad era que los negocios exitosos son aquellos que
solucionan una necesidad, así que le pregunté a ella, a mi compañera, la razón
por la que le fastidiaba tanto usar algo pensado para salvarle la vida, ¡algo
más que necesario!; su respuesta fue sencilla pero contundente: los chalecos
del momento eran incomodos, pesados y nada discretos. Un sentimiento que
compartían escoltas, policías y militares en una de las épocas más violentas de
Colombia.
Así comenzó Miguel Caballero,
una empresa que lleva mi nombre. La idea fue muy simple, todo lo que había que
hacer era dejar de lado los chalecos y crear prendas blindadas, chaquetas
principalmente. Pero no fue fácil empezar el negocio, necesitaba dinero para
empezar y ni mi papá ni mis asesores de tesis creían que el negocio fuera a dar
frutos, de hecho con la tesis saqué 3.5 sobre 5. Al final el primer capital lo
recibí de mi mamá, Mercedes Guevara. Con esos 10.000 pesos que me prestó, y la
ayuda de John Murphy, un compañero de universidad que blindaba carros y me
mostró los materiales con los que lo hacía, armé la primera chaqueta de cuero
blindada del mundo, que pesó 7.2 kilos… ¡y pensar que hoy una prenda
equivalente pesa 700 gramos!
Aunque funcionó, seguía habiendo
mucha desconfianza, la gente pensaba que por ser un producto hecho en Colombia
era malo, tenía que ser de Estados Unidos o no les servía. De ahí nació la idea
de dispararle a la gente para demostrar la efectividad de las chaquetas,
curiosamente el primero en recibir un impacto fue el pobre John, a quien solo
le quedó un hematoma de 15 centímetros de diámetro en la barriga , cuando lo
normal era quedar con un hematoma, en el peor de los casos, con una costilla
rota. Estábamos en una demostración con un periodista de QAP y muy osado le
dije que hiciéramos la prueba, aunque nunca había cogido un arma en mi vida.
Cinco minutos después de que pasaron la nota por televisión me llamó la mamá a
regañarme por hacerle eso al hijo.
Después de eso le disparé a mi
hermano menor y el rumor de la fábrica colombiana de ropa blindada que le
disparaba a la gente para demostrar sus productos se esparció como pólvora.
Nunca me imaginé que el tiro me iba a salir por la culata hasta que viajé a
Venezuela. Había ido para promocionar las chaquetas en ‘En vivo con Orlando’,
un programa de noticias de la cadena Globovisión donde el presentador, un
veneco moreno y grandulón, sacó discretamente a mi escolta del estudio para
proponer pegarme un tiro en pleno programa frente a toda la audiencia con una
pistola de nueve milímetros. Afortunadamente llevaba una de mis chaquetas
puestas; sólo sentí un golpe, que luego se convirtió en moretón, algo que hoy
en día no pasa. Desde entonces le he disparado a cerca de 700 personas,
incluido Steven Seagal, para quien hicimos un kimono blindado.
La cuestión es que
literalmente cualquier cosa se puede blindar y eso puede generar un negocio
exitoso si se tienen en cuenta cuatro factores que son los pilares de la
empresa: discreción, comodidad, seguridad y moda. Es por eso que presidentes,
organizaciones militares, departamentos de policía, artistas famosos y hasta
pastores nos han pedido blindar todo tipo de cosas como pastas de biblias, maletines y
portafolios, calzoncillos, batas, vestidos, trajes, chaquetas, camisas, guayaberas,
helicópteros, lanchas, vidrios e incluso una corbata para el autor del libro ‘Detrás
de las líneas’, Andrew Carroll, aunque el mejor ejemplo es Michael Bloomberg,
que me llamó cuando era alcalde de Nueva York para pedirme una prenda a la
medida.
A pesar de todo este
reconocimiento y de que desde 2001 Miguel Caballero es la única compañía
colombiana entre cien a nivel mundial con certificación de calidad
internacional NIJ del departamento de justicia de los Estados Unidos, al día de
hoy siguen habiendo tres retos. El primero lo presenta la industria
armamentista, que sigue avanzando a un ritmo vertiginoso y aunque hoy hay más y
mejores balas que tenemos que descubrir cómo detener, también hay que
preocuparse por crear soluciones contra cuchillos y armas eléctricas, que ya
tenemos. Lo curioso es que la mayoría de esa mercancía la compran en mayor
cantidad los países que están en paz, no los que están en guerra.
Por otra parte está la falta
de reconocimiento del gobierno. Hoy generamos industria de calidad e innovación
en Colombia y es muy lamentable que a la hora de las licitaciones, tras invertir
dinero en recursos e impuestos para crearla, nos pongan al mismo nivel de cualquier
compañía extranjera que no paga impuestos y no genera empleo, algo que le pasa
a empresas de muchos sectores en el país. La idea no es recibir beneficios,
pero si tener más valor ante las autoridades por crear tecnología y empleo acá,
algo que he discutido con Álvaro Uribe, un cliente a quien admiro profundamente
y que es el culpable de que vendamos menos en el país, gracias a sus políticas
de seguridad, claro.
Finalmente está la cuestión de
la incredulidad. Los mismos colombianos no creen que en el país hacemos todo lo
que hacemos, incluidas las botas contra minas antipersona y los trajes de
desminado que usa el ejército nacional hoy en día. Pero eso es algo que se
puede cambiar con demostraciones y tiempo, mucho tiempo.
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